El suicidio seduce por su facilidad de aniquilación: en un segundo, todo este absurdo universo se derrumba como un gigantesco simulacro, como la solidez de sus rascacielos, de sus acorazados, de sus tanques, de sus prisiones, no fuera mas que una fantasmagoría, sin más solidez que los rascacielos, acorazados, tanques y prisiones de una pesadilla.
La vida aparece a a la luz de este raconamiento como una larga pesadilla, de la que sin embargo uno puede liberarse con la muerte, que sería así, una especie de despertar. ¿Pero despertar a que? Esa irresolución de arrojarse a la nada absoluta y eterna me ha detenico en todos los proyectos de suicidio. A pesar de todo, el hombre tiene tanto apego a lo que existe, que prefiere finalmente soportar su imperfección y el dolor que causa su fealdad, antes que aniquilar la fantasmagoría con un acto de propia voluntad.
Y suele resultar, tambien, que cuano hemos llegado hasta ese borde de la desespereación que precede el suicidio, por haber agotado el inventario de todo lo que es malo y haber llegado al punto en donde el mal es insuperable, cualquier elemento bueno, por pequeño que sea. adquiere un desproporcionado valor, termina por hacerse decisivo y nos aferramos a él como nos agarraríams desesperadamente de cualquier hierba ante el peligro de rodar a un abismo.
Ernesto Sabato
El tunel